La próxima legislatura, en teoría, debiera ser la
que determine una batería de reformas que den debida respuesta a la
estigmatizada clase política y que ha llevado a la desafección de lo público
(sus instituciones), a la ciudadanía.
Amplio es el espectro de acciones que para la
próxima legislatura habrá que abarcar, y de las cuales enumero solo algunas: pactos de estado en lo
relacionado con la educación, la sanidad y la sostenibilidad de las pensiones;
una justicia más independiente del poder político; nuevo modelo de estado y un
reparto competencial entre administraciones que permita evitar duplicidades y
gastos superfluos, con una normativa que no eternice las gestiones burocráticas
(en particular en materia económica);apostar por un cambio de nuestro modelo productivo más
diversificado (también en los sectores primario y secundario);apuesta por el
apoyo a los autónomos y PYMES; aumento de inversión estatal en I+D (Investigación y Desarrollo),
y medidas que incentiven la inversión privada; una nueva
reforma laboral (que acabe con la precariedad y la temporalidad
absoluta);
medidas que eviten la emigración de los jóvenes (fuga de cerebros), y
revertirla; lucha
contra la corrupción, con un aumento de medidas legales y recursos a tal fin, para
acabar de una vez con la sensación de impunidad que determinados políticos (y
sus amigos) han tornado en algo habitual; aumento de medidas y recursos en la
lucha contra el fraude fiscal; medidas que combatan todo tipo de desigualdad
(de la riqueza, del consumo, y sobretodo de la renta);cierre de cientos de entes no
administrativos de distinta naturaleza jurídica (fundaciones,
empresas públicas, observatorios, etcétera, etcétera, etcétera), que presten
servicios superfluos, y sean dependientes del dinero público; reforma del
senado (para que sea realmente una cámara de representación
territorial);reforma en la utilización de los indultos (en especial en delitos
contra la administraciones públicas);reforma de la ley electoral; supresión de aforamientos;
y así un sinfín de etcéteras más.
Todos los puntos anteriormente mencionados tienen
un marcado cariz de ser algo improbable, sobre todo en lo que respecta a los
partidos tradicionales, a los cuales les pueden parecer innecesarios en algunos
o muchos casos, siempre en función de a quién se le plantee.
Sin embargo, se hace particularmente necesario que estos
y otros muchos temas sean consensuados entre la mayoría de representantes del
pueblo, haciendo gala de generosidad y altura de miras. Ni podemos ni tenemos
tiempo para luchas partidistas o identitarias, porque la política tiene que dar
soluciones “en tiempo real” y no está para generar distracciones que en
absoluto resuelven los problemas de fondo que sufre la ciudadanía de a pie. Por
tanto, exijamos a nuestros políticos que sus esfuerzos se concentren en
revertir una situación que redunde en la defensa del interés general, máxime en
estos tiempos que vivimos.
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