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lunes, 12 de marzo de 2012

Involución ética. Hacia el descalabro económico

Durante el siglo pasado y más concretamente en su último tercio, se implantó de manera significativa y global la economía libre de mercado, siendo la imperante las sociedades capitalistas de tipo neoliberal (este tipo nos ha llevado a la actual crisis).

Absorbidos por esta vorágine económica y a unos mercados sujetos a una especulación sin apenas control, se han ido abriendo mercados en otros lugares del planeta (las llamadas economías emergentes) que rivalizan con las tres economías más desarrolladas hasta finales del siglo pasado (EEUU, Europa y Japón).

Si bien es lícito que, según las normativas y convenios establecidos para el comercio internacional, las naciones quieran tener un nivel de desarrollo como los llamados países del primer mundo, no es tan legitimo que los intereses económicos primen sobre los principios que nos rigen y que creemos inalienables.

En Europa, cuna del estado del bienestar y pionero de derechos y libertades, hemos dejado de ser ese referente social para plegarnos a los intereses económicos nacionales y de nuestras grandes empresas que hacen negocio, y estas se establecen en países donde los derechos de los ciudadanos están subyugados a los intereses económicos de unos gobernantes que, en la mayoría de los casos, priorizan sus intereses (su crecimiento) por encima de sus ciudadanos y de su entorno (medioambientales, etc), y que no siempre revierten en sus ciudadanos.

Los gobiernos europeos, y la mayoría de los ciudadanos que pertenecemos a esta Europa, miramos hacía otro lado en el animó de seguir manteniendo nuestro nivel de vida. Esta forma de actuar nos sitúa en una doble moral, pero también en engañarnos desde el punto de vista puramente económico, donde las economías emergentes tienen mayor nivel de penetración en nuestro mercado.

Y es que cuando un país tiene profesionales formados en diferentes sectores productivos, establecen las bases (complejos industriales) para que empresas extranjeras o propias se establezcan en condiciones fiscales ventajosas, con los materiales necesarios y un coste por mano de obra inferior a países con "derechos laborales justos" y en donde el proceso de producción es más rápido y eficaz, tienen como resultado que la mayoría de las empresas tienden a implantarse en dichos países para incrementar sus beneficios. Esta disminución de empresas (cierre o desplazamiento), tiene efectos negativos en los países con derechos laborales justos, algunos de ellos son: el incremento del paro en los sectores afectados por el cierre de empresas; abandono de la actividad y del interés por las profesiones a las que afecta; emigración a otros países para encontrar el trabajo deseado; fractura social (incremento de bolsas de pobreza); disminución de ingresos al estado para el sostenimiento de servicios esenciales (a través de impuestos tanto de empresas como de trabajadores); efectos negativos en la salud de los desempleados; etc.

Con los factores antes indicados, primordialmente a nivel de impuestos y mano de obra más barata, la economía de mercado se manifiesta como inflexible, y más en estos días, y a la hora de adquirir un producto el coste del mismo es un factor determinante. Pero esa destrucción de empresas en tejidos productivos donde los costes hacen que sean inviables para aquellos empresarios, principalmente PYMES (Pequeñas y Medianas Empresas), por una competencia desleal (no se parten de las mismas condiciones laborales por tener legislaciones diferentes en esta materia), es un arma de doble filo.

Este doble filo se basa en la siguiente idea: se vende el mismo producto (la marca) o parecido a un precio final más económico (proveniente de algunos de estos países emergentes), potencia su industria (y desmantela infraestructuras industriales del tipo que sea) hunde la de sus competidores (del país que sea) y se queda con el mercado. Durante un tiempo prudencial se sigue con estos precios y cuando las condiciones son propicias se aumenta los precios. Si a esto se le suma que de esos beneficios dedico parte de los mismos a comprar deuda extranjera y empresas del mismo, se tiene que controlar el mercado interno del país y se va adquiriendo una deuda que al final es pagada por los ciudadanos que en su día compraran esos productos más baratos.  El efecto no es inmediato, pero es una cuestión de tiempo que los tejidos productivos de Europa queden desmantelados y seamos dependientes de algunas de estas economías emergentes.

Las soluciones a día de hoy son complejas. Se podría optar por el proteccionismo económico, pero la simple idea rompe los enrevesados relaciones comerciales y desestabiliza unos mercados económicos con fuertes inversiones e intereses en estos países emergentes. Se podría establecer un marco de relaciones comerciales, de carácter preferencial, con aquellos países que tuvieran un marco legal en las relaciones laborales con los mismo preceptos de derechos que en Europa donde haya una sana competencia. La última vía es la del consumo de ciudadano, en la que tendrían que adquirir productos de fabricación europea a un precio superior, para preservar ciertas infraestructuras industriales o de otros tipos.

Creo que es necesario una aumento de la competitividad y de la producción, acompañado por una formación permanente en lo laboral para afianzar dicha competitividad. Un incremento tanto de espacio e inversiones en I+D+i. Un control sobre las ayudas que con dinero europeo se dan a empresas que, aún siendo europeas, se dedican a invertir en terceros países y no en suelo europeo.  Apostar por un mayor control de los mercados y entidades financieras, y en particular en aquellas que manejen inversiones en campos estratégicos para el desarrollo (como el sector energético o al de las nuevas tecnologías). Políticas económicas y de fiscalidad, coordinadas por las instituciones europeas que garanticen la supervivencia del mayor logro de Europa: la del llamado estado del bienestar.


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