Absorbidos por esta vorágine económica y
a unos mercados sujetos a una especulación sin apenas control, se han ido
abriendo mercados en otros lugares del planeta (las llamadas economías
emergentes) que rivalizan con las tres economías más desarrolladas hasta
finales del siglo pasado (EEUU, Europa y Japón).
Si bien es lícito que, según las
normativas y convenios establecidos para el comercio internacional, las
naciones quieran tener un nivel de desarrollo como los llamados países del
primer mundo, no es tan legitimo que los intereses económicos primen sobre los
principios que nos rigen y que creemos inalienables.
En Europa, cuna del estado del bienestar
y pionero de derechos y libertades, hemos dejado de ser ese referente social
para plegarnos a los intereses económicos nacionales y de nuestras grandes
empresas que hacen negocio, y estas se establecen en países donde los derechos
de los ciudadanos están subyugados a los intereses económicos de unos
gobernantes que, en la mayoría de los casos, priorizan sus intereses (su
crecimiento) por encima de sus ciudadanos y de su entorno (medioambientales,
etc), y que no siempre revierten en sus ciudadanos.
Los gobiernos europeos, y la mayoría de
los ciudadanos que pertenecemos a esta Europa, miramos hacía otro lado en el
animó de seguir manteniendo nuestro nivel de vida. Esta forma de actuar nos
sitúa en una doble moral, pero también en engañarnos desde el punto de vista
puramente económico, donde las economías emergentes tienen mayor nivel de
penetración en nuestro mercado.
Y es que cuando un país tiene
profesionales formados en diferentes sectores productivos, establecen las bases
(complejos industriales) para que empresas extranjeras o propias se establezcan
en condiciones fiscales ventajosas, con los materiales necesarios y un coste
por mano de obra inferior a países con "derechos laborales justos" y
en donde el proceso de producción es más rápido y eficaz, tienen como resultado
que la mayoría de las empresas tienden a implantarse en dichos países para incrementar
sus beneficios. Esta disminución de empresas (cierre o desplazamiento), tiene
efectos negativos en los países con derechos laborales justos, algunos de ellos
son: el incremento del paro en los sectores afectados por el cierre de
empresas; abandono de la actividad y del interés por las profesiones a las que
afecta; emigración a otros países para encontrar el trabajo deseado; fractura
social (incremento de bolsas de pobreza); disminución de ingresos al estado
para el sostenimiento de servicios esenciales (a través de impuestos tanto de
empresas como de trabajadores); efectos negativos en la salud de los
desempleados; etc.
Con los factores antes indicados,
primordialmente a nivel de impuestos y mano de obra más barata, la economía de
mercado se manifiesta como inflexible, y más en estos días, y a la hora de
adquirir un producto el coste del mismo es un factor determinante. Pero esa
destrucción de empresas en tejidos productivos donde los costes hacen que sean
inviables para aquellos empresarios, principalmente PYMES (Pequeñas y Medianas
Empresas), por una competencia desleal (no se parten de las mismas condiciones
laborales por tener legislaciones diferentes en esta materia), es un arma de
doble filo.
Este doble filo se basa en la siguiente
idea: se vende el mismo producto (la marca) o parecido a un precio final más
económico (proveniente de algunos de estos países emergentes), potencia su
industria (y desmantela infraestructuras industriales del tipo que sea) hunde
la de sus competidores (del país que sea) y se queda con el mercado. Durante un
tiempo prudencial se sigue con estos precios y cuando las condiciones son
propicias se aumenta los precios. Si a esto se le suma que de esos beneficios
dedico parte de los mismos a comprar deuda extranjera y empresas del mismo, se
tiene que controlar el mercado interno del país y se va adquiriendo una deuda
que al final es pagada por los ciudadanos que en su día compraran esos
productos más baratos. El efecto no es
inmediato, pero es una cuestión de tiempo que los tejidos productivos de Europa
queden desmantelados y seamos dependientes de algunas de estas economías
emergentes.
Las soluciones a día de hoy son
complejas. Se podría optar por el proteccionismo económico, pero la simple idea
rompe los enrevesados relaciones comerciales y desestabiliza unos mercados
económicos con fuertes inversiones e intereses en estos países emergentes. Se
podría establecer un marco de relaciones comerciales, de carácter preferencial,
con aquellos países que tuvieran un marco legal en las relaciones laborales con
los mismo preceptos de derechos que en Europa donde haya una sana competencia.
La última vía es la del consumo de ciudadano, en la que tendrían que adquirir
productos de fabricación europea a un precio superior, para preservar ciertas infraestructuras
industriales o de otros tipos.
Creo que es necesario una aumento de la
competitividad y de la producción, acompañado por una formación permanente en
lo laboral para afianzar dicha competitividad. Un incremento tanto de espacio e
inversiones en I+D+i. Un control sobre las ayudas que con dinero europeo se dan
a empresas que, aún siendo europeas, se dedican a invertir en terceros países y
no en suelo europeo. Apostar por un
mayor control de los mercados y entidades financieras, y en particular en
aquellas que manejen inversiones en campos estratégicos para el desarrollo
(como el sector energético o al de las nuevas tecnologías). Políticas
económicas y de fiscalidad, coordinadas por las instituciones europeas que
garanticen la supervivencia del mayor logro de Europa: la del llamado estado
del bienestar.
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